miércoles, 18 de marzo de 2020

La protección de datos, ¿es también un virus?



Acabo de leer una magnífica entrada en el Blog Hay Derecho donde se pone de manifiesto a qué absurdos están llegando las autoridades europeas de protección de datos, en este caso al poner trabas a una lucha efectiva contra la pandemia que nos tiene a todos confinados.

La autora (Ana Marzo) es una experta sobre la protección de datos (vive del tema) y, sin embargo, hace una interpretación excelente de las normas de esa materia, defendiendo que no proceden lecturas dogmáticas de las mismas que entorpezcan la batalla contra el coronavirus.

En particular, critica que las autoridades europeas están advirtiendo que los empleadores deben abstenerse de recopilar, de manera generalizada, datos sobre salud de sus empleados, lo cual a su juicio impediría ordenar la lectura obligatoria de la temperatura corporal de cada empleado o visitante de un  establecimiento, ya sea través del personal de seguridad o de cámaras térmicas; al parecer, la autoridad española, siendo un poquito más flexible en este punto, lo permitiría, aunque sólo si la medida se ejecuta por personal sanitario, lo cual no deja de ser un incordio.

Frente a ello, la autora aporta numerosas referencias legislativas que justifican lo que parece que no necesitaría justificación alguna, pues lo dicta el sentido común: que en un situación de emergencia como la que vivimos, la balanza no está precisamente dubitativa. Si yo pongo en un platillo la salud pública y la vida de miles y miles de personas y en el otro el rubor, la inconveniencia, el ataque a mi quisquillosa naturaleza que me pudiera reportar que mi empleador sepa y sepa el mundo entero que he pillado el virus dichoso, la cosa está bien clara: aquel lado se precipita al suelo y lanza al cielo volando lo que, por comparación, es -en este caso- la "bobería de la protección de datos".

Tiene toda la razón esta abogada y profesora y hay que agradecerle que lo haya explicado y documentado tan bien. Y es que en efecto, en estas situaciones excepcionales, hay que huir de la histeria antidemocrática, pero también de la democrática, esto es, ésa que saca de quicio (léase, de su ratio legis) las libertades y es, por tanto, su peor enemigo, porque las desacredita.

Precisamente, en esta línea, no hace mucho me pasmaba la noticia de que se ha desarrollado en España un app magnífica para el control de la epidemia, pero que -a diferencia de las que se manejan en Oriente- la nuestra no tiene la funcionalidad de geolocalización, porque “eso chocaría con nuestra mentalidad occidental, respetuosa con la protección de datos” (algo así decía el artículo).

Pues vaya mentalidad. ¿A mí qué demonios me importa estar geolocalizado durante una pandemia, si es para salvar vidas? ¿O qué problema habría en que el maltratador y su víctima estén geolocalizados mediante una pulsera, para que cuando el uno se acerque a la otra, un software avispado advierta a la potencial víctima y a la policía? Cuántas mujeres habrán muerto así, inmoladas en el altar de un entendimiento absoluto y ciego de las libertades individuales...

Estas cosas sirven como ejemplo, paradigmático, de un mal que aqueja a nuestra sociedad occidental y en particular enturbia nuestra concepción del Derecho… Un virus que corrompe a la economía y a nuestra bella profesión jurídica.

Al parecer aprendimos lo de que el sábado se hizo para el hombre y no a la inversa, pero seguimos pensando que el hombre se hizo para la protección de datos… y para la legislación de la competencia y para entender y aplicar una legislación fiscal enrevesada y el compliance de esto y de lo otro y de lo de más allá. Por supuesto que esas cosas son necesarias, o al menos lo son los valores que las inspiran o deberían inspirar. Pero viendo cuánto tiempo dedicamos a las formas, y cuán apegados estamos a los tecnicismos mal entendidos (como tapadera del verdadero espíritu de las disposiciones) y cuánta gente vive de eso y aun de enmarañar las cosas y cómo, a resultas de todo ello, se dilapidan recursos y se malgastan mentes brillantes que podrían servir para de verdad conseguir mejoras de vida, a uno le darían ganas de mandar a paseo todas esas reglamentaciones, tan puritanas, tan anglosajonas, tan fariseas, que sin embargo hemos acogido con reverencia y gusto en los países latinos, me temo que porque, como decía, engordan a muchos.

Las situaciones dramáticas como la que ahora vivimos tienen esta virtud: sirven para magnificar y caricaturizar, como los espejos del callejón del Gato, los esperpentos con los que convivimos a diario. ¿Por qué cada una de las 20 veces que intenta formular una queja a una gran Compañía, a menudo en un teléfono de pago, tiene uno que escuchar, de un contestador automático, el parloteo insufrible de la protección de datos? ¿Y en qué mente no enferma cabe la idea de que tenga uno que aceptar indefectiblemente, para cualquier interlocución por internet, una política de protección de datos que ni negocia ni puede negociar ni le importa un rábano? Hombre por Dios, que cumplan la Ley, no cedan tus datos para lucrarse y se dejen de rollos…

Todo ello mientras los potentados económicos, asistidos por esos mismos letrados que ensalzan el compliance, yo entre ellos, se saltan a la torera su espíritu, pero respetan su letra, a virtud de mágicos malabarismos. ¿Cómo es esto, que no puede Sanidad saber sin esfuerzo si necesito atención médica y soy foco de contagio, pero Google puede conocer hasta el color de mis calzoncillos?

¡Que esta emergencia crítica sirva para alertarnos y levantarnos contra esa otra pandemia que mina nuestras fuerzas, la de la burocracia sin vida que todo lo impregna! Si no nos levantamos, el virus de la letra asesina, seguirá mutando, instalándose en puestos de poder y alimentando a sus siervos. Pero aún estamos a tiempo para reaccionar. ¡Anti-burócratas de todo el mundo, levantad la cabeza y uníos para proclamar que el pan es pan y el vino es vino, por puro sentido común!







1 comentario:

  1. El sentido común de algunos, Javier, es que son capaces de llegar a morirse por su falta de cooperación en ser geolocalizados (si fuera posible), anteponiendo su podria salud a su defensa de lo "privado". Como tú dices, yo quiero que me salven la vida a costa de casi lo que sea y si lo "que sea" es mi localización pues que asi sea.
    Saludos, también de El Personaje
    Jose, el anónimo

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